La autodiscrepancia según Higgins

El ser humano tiene la tendencia de describirse a sí mismo en términos de lo que es en el ahora. También en función de lo que quiere ser, y de lo que piensa que «debería» ser. De la mano del prestigioso E. Tory Higgins, te explicamos su teoría. ¡Descúbrela!
La autodiscrepancia según Higgins
Gorka Jiménez Pajares

Escrito y verificado por el psicólogo Gorka Jiménez Pajares.

Última actualización: 16 abril, 2023

Las personas somos como los grandes sauces en otoño: nuestras emociones, pensamientos y conductas son tan diversos como las tonalidades que adoptan las hojas de este bello árbol en la época otoñal. Tenemos la tendencia a percibirnos como un «todo integrado» aunque, en ocasiones, surjan discrepancias entre lo que creemos que somos, lo que somos, y lo que queremos ser. Estas incoherencias han sido recogidas por Higgins bajo el término de «autodiscrepancia».

¿Te manejas bien con la incoherencia que a veces se instala en tu día a día? Para Higgins, lo importante para una persona es «lo que cree que es», pero también «lo que sabe que no es» y lo «que puede llegar a ser». El autor nos invita a realizar una profunda reflexión sobre nuestro «ser» en el ahora, pero también sobre las metas y motivaciones que actúan como motores incombustibles en nuestro recorrido vital.

«La motivación es la energía que nos impulsa a actuar y a lograr nuestras metas».

-E. Tory Higgins-

El «yo» y sus dominios

La autodiscrepancia puede ocurrir al compararse con otra persona
En ocasiones, la autodiscrepancia puede ocurrir como consecuencia de conversaciones con personas que consideramos importantes.

La teoría de la autodiscrepancia nació de otras dos investigaciones: la teoría de la disonancia y la teoría de regulación emocional. Mientras que la primera se centra en explicar la incomodidad que a veces se instala en el fondo de nuestra mente si nos comportamos de manera incoherente con nuestros valores; la segunda aborda la necesidad que tiene el ser humano de modular su cosmos emocional a través del comportamiento.

Nacida en 1987 de la mano de E. Tory Higgins, esta teoría da forma a lo que hoy conocemos como «autoconcepto». En concreto, plantea cinco (Paniagua, et al., 2004):

  • «El Yo real». Alude a la identidad de los seres humanos «tal y como son». Comprende la definición que cada uno de nosotros hacemos sobre lo que nos convierte en únicos, nuestras características más distintivas. De él nace un elemento fundamental para las personas: el autoconcepto.
  • «El Yo ideal». Es el sumatorio de cuantos anhelos y deseos posee la persona. Responde a la pregunta: «¿cómo querrías ser?». Es la primera guía del Yo, el primer engranaje de nuestra motivación, hacia la consecución de las metas que nos entusiasman.
  • «El Yo que debería…». Aquí entra en juego, de manera intensa, la moral, puesto que la pregunta que plantea es «¿cómo deberías ser?». En él se incluyen factores como las propias reglas, o la normativa que guía nuestra conducta. Está muy influenciada por lo que consideramos «obligatorio». Es la segunda guía del Yo.
  • «El Yo potencial». Es decir, «¿qué hay dentro de ti que, al potenciarlo, te acerque a las metas con las que sueñas?». Esta tercera guía nos seduce con el potencial de nuestras propias aptitudes.
  • «El Yo futuro». Finalmente, ¿proyectas tu mente a los meses y años venideros? Este «Yo» constituye la cuarta guía y se refiere a cómo nos vemos en tiempos futuros y cómo creemos que seremos.

Podríamos pensar ¿por qué tantos «Yoes»? Y es que, estas guías del «Yo» nos transmiten un mensaje poderoso: si lo que haces, piensas y sientes es acorde con lo que eres o quieres ser: lucha por ello. Por el contrario, si existen autodiscrepancias, evita y busca el modo de fluir con la vida de una forma coherente con tus valores.

«Las personas inferimos nuestros propios estados mentales al observar nuestro comportamiento y el contexto en el que se produce».

«E. Tory Higgins-



Diferentes puntos de vista

De manera simplificada, existen dos posibles puntos de vista. El primero es el punto propio, el «Yo», y el segundo es el de otra persona que sea relevante en la vida de cada uno de nosotros. Podemos hacer una analogía entre estos dos puntos de vista que plantea Higgins y la definición de la «empatía» como ‘el arte, la destreza y la habilidad para pensar y sentir a uno mismo, y al otro’.

Si combinamos los «Yoes» («real», «ideal», «debería», «potencial» y«futuro») y estos dos puntos de vista («yo mismo» y «una persona importante para mí») obtenemos en total diez aspectos que puede adoptar nuestro «Yo». Por ejemplo, vamos a exponer lo que dijo Marcos, de 23 años, en sesión, sobre su «Yo ideal»:

  • «Me encantaría ser más disciplinado para poder terminar la universidad y graduarme en ingeniería aeroespacial. Además, me gustaría trabajar en la NASA» Este sería un «Yo ideal» desde el propio punto de vista de la persona. En este caso, el de Marcos.
  • «Mi madre aún alberga la expectativa de que escoja medicina, cree que tengo madera para ser un gran psiquiatra. Ya sabe, de los que dejan su huella en el mundo». Este sería un «Yo ideal» desde el punto de vista de una persona importante para Marcos, su madre.

Además, los aspectos del Yo que surgen de esta combinación pueden, a su vez, agruparse en dos grandes grupos. Mientras que los aspectos vinculados íntimamente con el «Yo real» reciben el nombre de ‘autoconcepto’; las que hemos llamado «guías del Yo» se refieren a nuestras posibilidades futuras, y tienen la función de incrementar o erosionarlo.

«El equilibrio cognitivo es un estado en el que las creencias, actitudes y valores de una persona están en armonía entre sí».

-E. Tory Higgins-

Autodiscrepancia: cuando existen incoherencias entre nuestros «yoes»

La tendencia natural del ser humano es la de alcanzar lo que nos dictan las «guías del Yo». Es decir, nuestras metas. Para ello, lo que conocemos sobre nosotros mismos, nuestro autoconcepto, debe poder amoldarse y acomodarse a lo que buscamos ser porque, de lo contrario, surge la autodiscrepancia:

  • Si el «Yo real» entra en conflicto con el «Yo ideal», emerge la sintomatología depresiva. Por ejemplo, Marcos menciona que «me siento desolado cuando, a pesar de que quiero ser ingeniero aeroespacial, soy nefasto con los números y las matemáticas».
  • Si el «Yo real» entra en conflicto con el «Yo que debería», se produce la sintomatología ansiosa. Siguiendo con el anterior ejemplo, Marcos menciona que «soy nefasto en matemáticas, pero quiero ser ingeniero aeroespacial. Debo ser el mejor. Debo poder hacerlo todo perfecto. Pero estos pensamientos que me inundan, me producen un tremendo malestar y mi corazón acaba palpitando velozmente».
  • Si el «Yo real» entra en conflicto con las obligaciones y reglas que hemos asumido como propias, surge la emoción de culpa. En coherencia con lo anterior, Marcos verbaliza que «me he puesto a estudiar matemáticas para poder afrontar la ingeniería. Pero he suspendido. Después de tres exámenes, sigo sacando malas notas y me siento muy culpable por ello».

Para el autor, la autodiscrepancia es un punto de encuentro en el que los diferentes «Yoes» convergen. En función de los estímulos que sucedan en el día a día de los sujetos, los diferentes «Yoes» son más o menos accesibles y el malestar psíquico que produzcan estará en función de la intensidad con la que el sujeto acceda a sus diferentes «Yoes».

«La identidad personal de un sujeto está parcialmente determinada por los grupos a los que pertenece».

-E. Tory Higgins-



Consecuencias de la autodiscrepancia

La autodiscrepancia ocurre en muchas circunstancias
La frustración, en el contexto de problemas de ansiedad o de autoestima, es una de las consecuencias más típicas de la autodiscrepancia.

La autodiscrepancia es un mensaje con la palabra peligro. Si la persona la ignora, pueden producirse entidades clínicas tan graves como lo es el trastorno depresivo o los diferentes trastornos de ansiedad. En este sentido, según Higgins una persona tendrá una autoestima robusta y fuerte si la discrepancia que percibe entre el «Yo real» y el «Yo ideal» es ínfima.

Por otro lado, nuestras metas (el «Yo ideal») así como las reglas que rigen nuestro comportamiento y guían nuestras acciones (el «Yo que debería») están intensamente influenciados por la historia de aprendizaje.

Así, el refuerzo positivo (es decir, conseguir algo estimulante) y los castigos negativos (quitar algo placentero) nutren nuestro «Yo ideal», aproximándonos a las metas. Mientras que el refuerzo negativo (es decir, eliminar algo aversivo) y el castigo positivo (es decir, obtener algo perjudicial) nutren al «Yo debería», haciendo que la persona evite, en general, cualquier estímulo.

Como hemos podido apreciar, el número de «Yoes» que nos definen como sujetos irrepetibles a otros, es muy diverso. Así, en función de cómo interaccionen con nuestro contexto, y cómo hayan sido potenciados o debilitados a través de nuestro recorrido vital, obtendremos un autoconcepto más fuerte o más débil, coherente o autodiscrepante. Y a ti, ¿qué te caracteriza?

«Cuando la brecha entre el ‘sí real’ y el ‘sí ideal’ es grande, las personas experimentan angustia emocional y disminución de la autoestima».

-E. Tory Higgins-




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