Síndrome del intestino corto: ¿en qué consiste?

Si sufres el síndrome del intestino corto tendrás que realizar una serie de cambios a nivel dietético para lograr evitar déficits nutricionales que condicionen la salud.
Síndrome del intestino corto: ¿en qué consiste?
Saúl Sánchez

Revisado y aprobado por el nutricionista Saúl Sánchez.

Escrito por Saúl Sánchez

Última actualización: 14 agosto, 2022

El síndrome del intestino corto es una patología que cursa con una absorción insuficiente de los nutrientes por una longitud del tubo digestivo inferior a la normal. En líneas generales es en el intestino delgado en donde se produce la parte más importante de la absorción de los diferentes compuestos de los alimentos. Si el bolo no pasa suficiente tiempo en contacto con las paredes del mismo se pondrá en riesgo el aprovechamiento de los comestibles.

Hay que destacar que el síndrome del intestino corto se puede producir a partir de diferentes situaciones. Por ejemplo, existen casos en los que se practica una reducción de la longitud del tubo digestivo en una operación, por causas varias. Incluso puede ser que la extensión del mismo esté disminuida ya desde el nacimiento, o que algunas de sus partes resulten disfuncionales. Sea como fuere, habrá que adaptar la pauta nutricional para evitar déficits que condicionen negativamente el estado de salud.

Síntomas del síndrome del intestino corto

Lo primero que hay que conocer son los síntomas del intestino corto. Estos quedan reflejados en un estudio publicado en la revista Digestive and Liver Disease. Son los siguientes:

  • Diarrea.
  • Heces grasosas y con muy mal olor.
  • Fatiga.
  • Pérdida de peso.
  • Malnutrición.
  • Hinchazón y edema en las extremidades inferiores.

De todos modos, algunos de estos síntomas son compatibles con otras patologías de tipo intestinal, como el síndrome del colon irritable, la enfermedad de Crohn e incluso el cáncer de colon. De hecho, es posible que la génesis de estos problemas concluya con una intervención quirúrgica en la que se extirpe parte del tubo, provocando después el síndrome del intestino corto.

Nutrición en el síndrome del intestino corto

El síndrome del intestino corto y la dieta
Es importante contar con la asesoría personalizada al momento de diseñar una dieta en personas con enfermedades digestivas.

Cuando se diagnostica el síndrome del intestino corto lo primero que hay que hacer es adaptar la pauta nutricional. De lo contrario se podrían experimentar déficits que condicionasen negativamente el estado de salud. Conviene plantear una serie de medidas en cuanto a la ingesta de alimentos, complementando en ocasiones con suplementos para conseguir así alcanzar un estado de homeostasis en el medio interno.

Uno de los puntos clave es la repartición de las comidas a lo largo del día. Lo recomendable en estos casos es hacer entre 6 y 8 ingestas más pequeñas de lo normal, comiendo siempre lento y masticando bien los alimentos. Hay que tener en cuenta que la digestión comienza en la boca y que este paso se vuelve todavía más importante cuando alguna parte del tubo no es funcional. De no ser así se incrementarían los síntomas.

Asimismo, conviene consumir cantidades suficientes de líquido. Sobre todo agua mineral natural o algún caldo ligero con poca grasa. Gracias a ello se consigue una mejor lubricación del bolo digestivo y una absorción más eficiente de los nutrientes que contiene. También se evitarán periodos de estreñimiento, que podrían llegar a aparecer cuando existe algún problema funcional a nivel interno.

Pero desde luego, una de las claves del manejo del síndrome del intestino corto a nivel nutricional está en el aporte proteico. Estos nutrientes son determinantes para conseguir que las estructuras del cuerpo humano se mantengan activas, impidiendo el catabolismo y la degradación de las mismas. Así lo indica una investigación publicada en la revista Nutrients. Pero no solo hablamos de masa muscular, sino que todos los tejidos del cuerpo humano están constituidos por las proteínas.

Será importante garantizar un consumo de al menos 0,8 gramos de proteína por kilo de peso al día en personas sedentarias. En el caso de que exista ejercicio físico, estos requerimientos se podrían doblar con facilidad. Ahora bien, la mitad de las proteínas de la dieta han de ser de origen animal, es decir, de alto valor biológico. De este modo se asegura una ingesta suficiente de aminoácidos esenciales, entre los cuales sobresale la leucina.

Carbohidratos y grasas

Habiendo dejado claro el punto de las proteínas hay que pasar a hablar de los carbohidratos y de las grasas. En cuanto a los primero conviene priorizar siempre aquellos que tengan un contenido no muy elevado de fibra, ya que de lo contrario se retrasaría la absorción. No hay que olvidar que la fibra actúa como antinutriente, lo cual no es nada positivo en el contexto del síndrome del intestino corto.

Está claro que una porción de fibra soluble será importante para las bacterias del tubo digestivo, pero hay que moderar el aporte de la insoluble. Esta primera sustancia recibe también el nombre de prebiótica y ha demostrado influir positivamente sobre el crecimiento de los microorganismos que componen la microbiota. Gracias a ello se mejora la absorción de ciertos nutrientes y se evita el desarrollo de patologías digestivas.

En lo que a grasas se refiere, habrá que dar importancia sobre todo a la presencia de los omega 3 en la pauta, para de este modo modular los mecanismos inflamatorios en el medio interno. Ahora bien, no se debe olvidar que la capacidad del organismo para absorber estos nutrientes se encuentra reducida durante el síndrome del intestino corto. Por este motivo el aporte ha de ser moderado.

Lo que se debe evitar totalmente es el consumo de ácidos grasos de tipo trans. Dichos compuestos consiguen incrementar la inflamación y la oxidación en el medio interno, provocando un mayor riesgo de desarrollar patologías crónicas y complejas. Así lo evidencia una investigación publicada en la revista BMJ. Hasta se influiría negativamente en la función del metabolismo y en la composición de la microbiota.

La lactosa en el síndrome del intestino corto

El síndrome del intestino corto y el consumo de lácteos
Consumir un exceso de lactosa puede llevar a una exacerbación de los síntomas del síndrome del intestino corto.

Algunas personas con síndrome de intestino corto cuentan con problemas a la hora de digerir y absorber la lactosa. Esto quiere decir que se encuentran bajo una situación de intolerancia. Por este motivo lo más adecuado será evitar la presencia del azúcar en la dieta, optando por lácteos sin lactosa para cubrir el aporte de calcio y de proteínas que se necesitan en la pauta diaria.

No obstante, habrá que probar siempre la tolerancia previa al carbohidrato. Algunos pacientes podrían no presentar alteraciones en su digestión, por lo que lo podrían consumir sin problema ninguno. Si no se experimentan síntomas significativos después de la ingesta, podrá incluirse en la pauta de forma regular.

Con lo que sí que hay que tener mayor precaución es con la presencia de oxalatos en la dieta. Estos compuestos bloquean parcialmente la absorción de algunos nutrientes y pueden llegar a generar cálculos renales si se consumen en exceso o en condiciones de baja hidratación. Se encuentran presentes fundamentalmente en alimentos como el té, el café, las bebidas de cola, el chocolate, los frutos secos y las verduras de hoja verde.

Si aparecen de forma regular en la pauta podría verse condicionado el nivel de ciertos elementos como el hierro en el organismo. Esto provocaría a medio plazo una situación de anemia, que cursa con cansancio crónico y con fatiga.

En líneas generales, y de acuerdo con un estudio publicado en la revista European Journal of Gastroenterology & Hepatology , no es necesaria la suplementación en el síndrome del intestino corto. Sin embargo, si se detecta un déficit consolidado de nutrientes sí que sería preciso.

Cuidado con el aporte de fibra

Conviene limitar la ingesta de fibra cuando existe síndrome del intestino corto. De lo contrario se podrían agravar los síntomas, sobre todo aquellos relacionados con la diarrea y los gases. Incluso se limitaría la absorción de ciertos nutrientes, lo que daría lugar a situaciones de déficit.

En casos de ausencia de enfermedad, las guías dietéticas suelen recomendar la inclusión de al menos 25 gramos de fibra en la pauta diaria. Cuando existen patologías digestivas como la que estamos tratando, podría ser positivo reducir la presencia de dicho elemento a la mitad, dando prioridad siempre a la porción soluble.

De hecho, la propia fibra insoluble es capaz de hinchar con el agua, mejorando la composición de la microbiota y sirviendo de sustrato para la génesis de ácidos grasos de cadena corta. Estos han demostrado presentar un fuerte componente antiinflamatorio, por lo que consiguen mantener la homeostasis en el medio interno.

Hasta la inclusión de lácteos fermentados en las rutinas dietéticas sería positiva de cara a promocionar la génesis de estos compuestos. Y es que por medio de los probióticos se produce una colonización selectiva por parte de las bacterias en diferentes zonas del intestino. Así se aumenta la riqueza en cuanto a microorganismos y se mejora la digestión y síntesis de los diferentes nutrientes.

Hasta se podría valorar la inclusión de un suplemento de probióticos en la pauta para aliviar algunos de los síntomas de tipo intestinal, como la diarrea. Ahora bien, dar con el adecuado no siempre es sencillo. Conviene escoger una cepa que cuente con evidencias suficientes.

El síndrome del intestino corto, un problema digestivo complejo

El síndrome del intestino corto provoca una serie de alteraciones en el proceso digestivo que requieren de la adecuación de la pauta nutricional. De este modo se logrará un aporte de nutrientes óptimo, evitando así déficits que puedan llegar a condicionar negativamente la fisiología.

Eso sí, en algunas ocasiones hasta podría ser necesario incluir un suplemento para conseguir evitar que los niveles de ciertos elementos se encuentren por debajo de lo recomendado.

Los pacientes pueden sufrir ciertas modificaciones de la tolerancia a los alimentos de forma individual. Lo mismo que comentamos de la lactosa puede darse con proteínas como el gluten. En estos casos lo mejor resulta consultar con un profesional para valorar una adaptación de la pauta de forma que se reduzca la sintomatología, aumentando así la situación de bienestar.



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