Hipertensión arterial

La hipertensión arterial es una enfermedad cardiovascular de las más frecuentes. No solo es un trastorno en sí mismo, sino que se convierte en factor de riesgo para eventos mayores como los infartos de miocardio y los accidentes cerebrovasculares.
Hipertensión arterial
Leonardo Biolatto

Escrito y verificado por el médico Leonardo Biolatto.

Última actualización: 29 junio, 2021

La hipertensión arterial es el término médico que se utiliza para designar los niveles elevados de presión sanguínea dentro de las arterias. Esta es una condición que no suele acarrear síntomas de inmediato, pero que a largo plazo socava las paredes de los vasos sanguíneos favoreciendo la aparición de otras patologías.

Se discute si es un síndrome, una patología en sí misma o un factor de riesgo. Sea como fuera, la hipertensión arterial se asocia a eventos cardiovasculares graves que ponen en riesgo la vida, razón por la que se fomentan las medidas higiénico-dietéticas que favorecen su control.

Su desarrollo es lento en la mayoría de las personas que la padecen. Si bien existen presentaciones agudas con elevaciones bruscas de la tensión arterial, lo habitual es que a través de las décadas la alteración se afiance de manera silenciosa hasta debutar con un signo indicativo indirecto, como un dolor en el pecho, por ejemplo.

Como problema de salud pública, los ministerios de sanidad del mundo realizan campañas frecuentes de concienciación para mejorar los hábitos de sus poblaciones. Desde la reducción en el consumo de sal hasta la realización de ejercicio físico a menudo, se propugna por cambios duraderos.

Causas de la hipertensión arterial

La forma más común de hipertensión arterial detectada en los consultorios es la primaria. Esto quiere decir que no hay un origen claro de la elevación de las cifras tensionales, sino que se sospecha de una conjunción de factores asociados al mismo tiempo en la misma persona.

Entre las predisposiciones que favorecerían el incremento de la presión arterial tenemos las siguientes:

  • Envejecimiento: a mayor edad es más frecuente la hipertensión arterial. Esto se asocia con un deterioro de las paredes de las arterias que pierden elasticidad y se endurecen. Por lo tanto, el golpe de la sangre contra estas es más notorio y más dañino.
  • Sobrepeso: entre las personas con obesidad es más frecuente hallar el problema. Varios mecanismos están implicados, desde conexiones hormonales por sustancias que alteran el equilibrio hidroelectrolítico hasta cambios anatómicos en el tejido graso que afectan la resistencia vascular periférica.
  • Genética y herencia: aunque todavía se estudian los componentes del ácido desoxirribonucleico (ADN) que se vinculan en directo a la hipertensión arterial, es evidente que hay una influencia genética. Existen familias completas afectadas por el trastorno.
  • Sedentarismo: las personas sedentarias tienen mayor tendencia a sufrir valores elevados de presión arterial. Esto podría explicarse por el cambio en la circulación de la sangre dentro de los tejidos, tendiente a estancarse. También el entero sistema cardiovascular se vuelve menos complaciente cuando no hay actividad física, por lo que resiste peor los cambios de tensión.
  • Dieta: la sal es un gran culpable. En particular, su componente de sodio es capaz de arrastrar agua dentro del cuerpo, aumentando el volumen circulante. Si a esto le sumamos una dificultad en las arterias para distenderse, concurren las condiciones para el aumento de la resistencia al paso de la sangre.
Hombre hipertenso en consulta médica.
La medición de los valores tensionales en la consulta por cualquier causa es un protocolo.

Hipertensión arterial secundaria

Una forma especial de hipertensión arterial es la secundaria. Son los casos en los que está claro que otra patología ha llevado al incremento de las cifras tensionales. A diferencia de la primaria, es menos frecuente y se puede asociar a las siguientes enfermedades:

  • Insuficiencia renal: los riñones no son capaces de filtrar la sangre de manera correcta.
  • Hipertiroidismo: aumenta la frecuencia cardíaca y eso deriva en una mayor presión sobre el sistema sanguíneo.
  • Alcoholismo: los cambios hepáticos por la adicción dificultan el balance de electrolitos.
  • Hiperaldosteronismo: se incrementan los niveles séricos de aldosterona, lo que afecta el sistema renina-angiotensina-aldosterona, uno de los principales responsables del funcionamiento de los riñones.

Síntomas de la hipertensión arterial

Como bien adelantamos al inicio de este artículo, es habitual que la hipertensión arterial se desarrolle sin signos ni síntomas evidentes por muchos años. Pueden pasar décadas hasta que se haga notoria una complicación. Y en realidad, la sintomatología dependerá de los eventos que se sucedan y no del trastorno en sí.

El dolor de cabeza es un tema de frecuente discusión en la comunidad científica. Si bien se asume que es un indicativo de valores elevados de tensión arterial, hay investigaciones que lo desmienten, asegurando que la cefalea sería señal de un daño en caso de estar cursando un problema mayor, como un accidente cerebrovascular. En este sentido, no habría que atribuirle a la hipertensión en sí su aparición.

Lo cierto es que el dolor de cabeza tiene orígenes múltiples. Es un signo bastante inespecífico y difícil de diagnosticar desde la etiología. De todas maneras, no es una práctica que deba obviarse aquella de medir la tensión en pacientes con cefalea.

Del mismo modo, el sangrado de nariz ha sido objeto de discusión científica. Se la puede asociar a un aumento brusco de la presión arterial, como mecanismo de defensa por el que el cuerpo decide eliminar parte del tejido sanguíneo excedente. Sería una vía de escape rápida y, por lo tanto, un motivo de alarma.

¿Cómo se diagnostica el trastorno?

El diagnóstico de hipertensión arterial es clínico. Es decir, se realiza en base a los valores que se registran con diferentes aparatos sin necesidad de cursar métodos complementarios más complejos. Los mismos se concretarán en caso de sospechar complicaciones o como parte de las rutinas de control anuales.

Las mediciones pueden ser realizadas por personal de salud o por los propios pacientes. Inclusive un familiar o conocido con los conocimientos básicos es capaz de medir con exactitud si sabe las condiciones mínimas que aseguran la efectividad del proceso.

En la actualidad existen aparatos que registran de manera automática la presión en la muñeca o en el brazo, sin más actividad extra que apretar un botón. El resto (la insuflación y la medición) es automatizado. La experiencia denota que la forma tradicional es más exacta que la aparatología, pero se ha ganado en comodidad y, como se requieren varias mediciones consecutivas, el erro se disminuye.

En relación a esto, no es posible diagnosticar hipertensión arterial con valores aislados. Es decir, si un paciente es medido en el consultorio médico y se hallan cifras elevadas, no estamos ante la enfermedad confirmada. Se requieren nuevos y posteriores registros que complementen y demuestren una presencia relativamente continua de la presión elevada.

Para ello, el profesional solicita a la persona en estudio que realice mediciones todos los días, en su casa o en un consultorio, a diferentes horarios. Las mismas han de anotarse junto a los datos de fecha y hora. De este modo, si en el transcurso de una semana hay más de 3 mediciones por encima de lo normal se puede hablar de hipertensión arterial confirmada.

Valores normales de tensión arterial

Para establecer el diagnóstico hay ciertos criterios. Además de reunir mediciones consecutivas, las mismas deben demostrar que las cifras se encuentran por encima de lo establecido como normal. Distintos consensos y guías mundiales han discutido cuáles son los valores que deberían determinar el corte entre la normalidad y lo patológico. La discusión no se ha zanjado por completo, aunque hay parámetros más aceptados que otros.

Lo más utilizado es lo siguiente:

  • Valores normales: no habría anormalidad si el valor sistólico es menor a 120 milímetros de mercurio (mmHg) y el diastólico menor a 80 mmHg. Lo sistólico es lo que se registra en el momento en que el corazón se contrae y lo diastólico cuando el corazón se relaja.
  • Pre-hipertensión: si la presión sistólica está entre 120 y 129 mmHG hay una elevación que no ingresa aún en el diagnóstico completo de la enfermedad. Se ha determinado que podría ser un estadio previo, por lo que tiene indicación de cambios en el estilo de vida para que el paciente no evolucione. En los adultos mayores podría constituir una situación normal por el endurecimiento de las arterias.
  • Hipertensión grado 1: con sistólica entre 130 y 139 mmHg o diastólica entre 80 y 89 mmHG hay hipertensión. Es el primer grado y el más leve, pero ya conlleva riesgo a largo plazo.
  • Hipertensión grado 2: aquí se miden cifras sistólicas superiores a 140 mmHg y diastólicas más elevadas que 90 mmHg. No hay dudas que estos valores son patológicos y requieren atención, sobre todo si se superan los 180 mmHg en la sistólica, situación que puede darse una crisis hipertensiva, lo que incrementa la posibilidad de un evento cardiovascular con riesgo de vida.

Tratamiento de la hipertensión arterial

En la hipertensión arterial secundaria se buscará la causa concreta que originó la elevación de las cifras y se atenderá a su tratamiento específico. Distinta es la situación de la primaria, en la que se deben combinar cambios en el estilo de vida con fármacos para mantener la sistólica debajo de 120 mmHg y la diastólica por debajo de 80 mmHg.

Medicamentos y farmacología

Para tratar con fármacos la hipertensión arterial hay que valerse de sustancias que actúen disminuyendo la frecuencia cardíaca, aumentando el calibre de los vasos sanguíneos o descargando líquido sobrante del cuerpo. Estos son los 3 lugares clásicos de acción en los que se focalizan los médicos.

En vistas a reducir la frecuencia cardíaca, son los betabloqueantes los de elección. Disminuyen la velocidad de los latidos, espaciándolos. No todos los pacientes pueden recibirlos por sus contraindicaciones y efectos adversos. Por otro lado, los diuréticos son los que aumentan el volumen de orina expulsado. También permiten que el sodio salga y, de este modo, arrastre agua para aliviar la carga a la que debe enfrentarse el músculo cardíaco.

En cuanto a los vasodilatadores, las opciones son más variadas. Un grupo de fármacos muy empleado en el mundo son los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina, entre los que el enalapril es la estrella, ya que sus efectos no solo se limitan a aumentar la vasodilatación, sino que también incluyen en la mortalidad y morbilidad a largo plazo. Otra opción es prescribir un bloqueante de la angiotensina, para actuar en los receptores de esta sustancia y pretender el mismo efecto: vasodilatación.

Sal en la hipertensión arterial.
El consumo excesivo de sal puede desatar elevaciones bruscas de la presión arterial.

Cambios en el estilo de vida

La farmacología es ineficiente si la persona hipertensa no modifica su estilo de vida. Todas las medidas que puedan tomarse en este sentido son favorables y mejoran la respuesta a los medicamentos. En términos básicos, se debería respetar lo siguiente:

  • Dieta libre de sal y rica en vegetales: se ha demostrado que la reducción en el uso de sodio y el incremento en frutas y verduras tiene beneficios cardiovasculares que incluyen la disminución del riesgo de eventos graves. Esto puede combinarse con la ingesta de pescado azul y cereales integrales.
  • Ejercicio físico: el sedentarismo es un factor de riesgo cardiovascular. Las organizaciones sanitarias recomiendan la realización de, al menos, 30 minutos diarios de ejercicio aeróbico en días alternos. El mínimo se ha establecido en 150 minutos semanales.
  • Liberación del estrés: las situaciones estresantes, la angustia y la ansiedad son estados de ánimo que aumentan la frecuencia cardíaca y provocan vasoconstricción. El control de esos sentimientos a partir de modificaciones en la rutina que favorezcan la relajación es beneficioso.

Un factor de riesgo a considerar

Sea que consideremos a la hipertensión arterial como una enfermedad o un síntoma, es indudable que se trata de un factor de riesgo. Es decir, su existencia nos pone en una situación de mayor probabilidad de envejecer antes, morir por un evento cardiovascular o ver deteriorada nuestra calidad existencial.

Por eso se impone el control rutinario de los valores ante cualquier consulta de índoles diversas. Junto a ello, los cambios vitales que favorezcan el ejercicio y la dieta saludable serán protectores del corazón y de las arterias.



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