7 señales de que puedes estar en riesgo de obesidad
La obesidad es una patología de carácter multifactorial. Los hábitos de vida pueden incrementar el riesgo de obesidad, a pesar de existir también un componente genético importante. Además, se trata de un problema de salud que condiciona el desarrollo de otras enfermedades.
Es importante detectarla de forma precoz, en sus primeros estadios. De este modo será más fácil ponerle solución, reduciendo el número de secuelas. Te vamos a contar, entonces, qué señales alarman de que se puede producir esta condición.
1. Sueño corto y poco reparador
Una de las señales que alarman de un incremento en el riesgo de obesidad es el mal descanso. Dormir poco se puede relacionar con un aumento del peso corporal, según un estudio publicado en la revista Obesity Reviews. Aunque faltan ensayos que indiquen causalidad, los expertos apuntan a que restringir el número de horas de descanso genera desajustes a nivel hormonal y metabólico.
De hecho, se ha evidenciado que dormir pocas horas genera una alteración de la sensación de apetito, aumentándola. Esto puede llevar a la persona a consumir más cantidad de alimentos a lo largo de la jornada.
El efecto de algunos nutrientes durante el periodo nocturno no es el mismo que durante las horas de luz. De acuerdo con una investigación publicada en la revista Diabetologia, el consumo de azúcares en la noche podría alterar los ritmos circadianos y la eficiencia metabólica.
No obstante, no solo es importante garantizar que se descansan 7 u 8 horas de forma diaria, sino que estas han de coincidir con el periodo nocturno. Las personas que trabajan a turnos y duermen de día suelen experimentar mayores problemas de salud.
2. No se preparan las comidas en casa
Otro hábito que puede ser nocivo para la salud, aumentando el riesgo de obesidad, es el de comer fuera de casa. Cuando se acude a un restaurante se pierde el control sobre los métodos de cocción, los ingredientes empleados, la frescura de los productos y la densidad energética de los platos.
Todos estos factores pueden condicionar que la dieta se vuelva hipercalórica, generando un aumento progresivo del peso. Además, las comidas realizadas fuera de casa suelen ser muy palatables, por lo que se corre el riesgo de comer más de lo necesario. Alimentarse sin apetito es buena idea.
Por este motivo, lo más recomendable es preparar la comida de forma casera. Siempre hay que priorizar el consumo de alimentos frescos frente al de ultraprocesados industriales. Estos últimos cuentan con azúcares y grasas trans en su interior nocivas para la salud.
Asimismo, hay que prestar atención a los métodos de cocción. Siempre se ha de apostar por aquellos poco grasos y agresivos, ya que no elevan el contenido energético del plato ni generan residuos.
3. Los fritos en la dieta son una constante
Si se abusa de los alimentos fritos, el riesgo de obesidad podría dispararse. Estos productos cuentan con una gran cantidad de grasas de tipo trans. De acuerdo con un estudio publicado en la revista Diabetes & Metabolic Syndrome, estos elementos aumentan la incidencia de las patologías metabólicas.
Hay que tener en cuenta que diabetes y obesidad están muy relacionadas. Cuando se altera el funcionamiento del metabolismo se hace más probable la acumulación progresiva de grasa en la zona subcutánea.
Por este motivo, se han de evitar los compuestos de desecho o tóxicos que afectan a la función normal del organismo. Tanto los azúcares simples como las grasas trans han de limitarse para evitar la obesidad. También los aditivos artificiales, que podrían impactar sobre la microbiota.
4. Poca actividad física que genera un mayor riesgo de obesidad
La dieta juega un papel esencial en el mantenimiento de un buen estado de composición corporal, pero la actividad física es otro factor determinante. Las personas sedentarias tienen muchas más probabilidades de acumular grasa en el tejido subcutáneo.
Tal y como afirma un estudio publicado en la revista Metabolism, la práctica de ejercicio físico de forma regular supone la mejor herramienta para acabar con la obesidad. Salvo en caso patológicos de alteración hormonal, un incremento en la actividad suele traducirse en un mayor gasto energético.
Respecto a lo comentado, una de las señales que alarman del riesgo de obesidad es acudir al trabajo en coche. Salvo es situaciones puntuales, lo más recomendable es ir a trabajar caminando o en bici, así se genera una mayor activación del sistema locomotriz.
Otro elemento que modula el riesgo es el número de horas que se pasan frente a un televisor. De hecho, el tiempo que se permanece en reposo se asocia directamente con el riesgo de enfermar por cualquier causa, según un estudio publicado en American Journal of Preventive Medicine.
5. Antecedentes familiares como predictores del riesgo de obesidad
Está claro que los condicionantes genéticos pueden determinar el riesgo de desarrollar obesidad. Así lo evidencia una investigación publicada en la revista Comptes Rendus Biologies. Existen polimorfismos en los genes que pueden alterar la capacidad metabólica.
Una buena parte de esta carga genética se puede transmitir a la descendencia, por lo que el riesgo en los hijos estaría aumentado. De todos modos, esto no quiere decir que la situación sea insalvable, ya que seguirán teniendo importancia los hábitos de vida.
Por norma general, y por mucha predisposición que haya, si se plantea un estilo de vida saludable es difícil que se desarrolle una condición de obesidad. Solo en casos patológicos y puntuales podría llegarse a esta tesitura.
De todos modos, existen ciertos problemas genéticos que podrían requerir intervención quirúrgica. Un ejemplo es la hiperfagia condicionada por errores en el mecanismo de la saciedad. No obstante, son un porcentaje pequeño de los casos.
6. Consumo frecuente de precocinados
Hay personas que no comen fuera habitualmente, pero la dieta que plantean cuenta con un escaso valor nutricional. Sin embargo, la densidad energética de la misma es elevada.
Los productos precocinados, aunque puedan semejar saludables, contienen en su interior azúcares simples, grasas trans, aditivos y salsas. Por mucho que pretendan parecer caseros por medio de la presentación y el envoltorio, lo cierto es que no se catalogan como saludables.
La ingesta regular de estos comestibles condiciona negativamente la alimentación. También el funcionamiento del metabolismo. Además, es más sencillo caer en una situación de superávit calórico.
La recomendación consiste en comprar los ingredientes frescos y preparar la comida de forma casera, controlando cada paso del proceso. Además, es recomendable utilizar especias culinarias de forma frecuente.
7. La ingesta de refrescos y de alcohol incrementa el riesgo de obesidad
Otro de los factores que condiciona el riesgo de desarrollar obesidad es el consumo de alcohol y de refrescos azucarados. Ambas bebidas se consideran poco saludables, ya que contienen aditivos, azúcares y tóxicos con un impacto negativo.
De hecho, existen artículos que vinculan la ingesta regular de alcohol con una mayor dificultad a la hora de perder peso. Esta sustancia no solo es mala para el hígado, sino que también lo es para el equilibrio hormonal.
Los refrescos azucarados también son productos de muy baja calidad. Los carbohidratos simples que contienen provocan un elevado estrés pancreático. A partir de aquí se genera resistencia a la insulina.
El resultado es una acumulación progresiva de grasa subcutánea que deriva en obesidad. Además, es probable que esta condición se acompañe con otras disfunciones.
Hay que estar atentos a las señales que indican un mayor riesgo de obesidad
Si cumples una o más de estas señales que hemos comentado es probable que sufras un riesgo de obesidad significativo. En este caso, es crucial que focalices la atención en los hábitos de vida saludables, mejorando la dieta, el descanso y el ejercicio.
Hay que destacar que, desde el punto de vista de la composición corporal, es probable que la actividad física cuente con una mayor importancia sobre el resto de los factores comentados. No obstante, esto no quiere decir que los demás no se hayan de cuidar.
También hay que tener en cuenta que la salud mental puede afectar de forma determinante. Cuando se experimentan depresión o ansiedad puede incrementarse el apetito y el interés por la comida basura.
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