Cirrosis
La cirrosis se puede definir como la presencia de cicatrices profundas y extensas en el hígado que desorganizan la estructura del tejido hepático. A la larga, esta desorganización se manifiesta con cambios en las funciones asociadas de los hepatocitos (células afectadas).
Las cicatrices se conforman de tejido fibroso que separa el tejido en nódulos, podría decirse. Esta nodularidad es, a veces, hasta palpable desde el exterior en los casos severos con importante aumento de tamaño del órgano.
La enfermedad atraviesa etapas hasta su proceso terminal si no se aplican las medidas terapéuticas adecuadas. De todas maneras, los hepatocitos tienen una alta capacidad de regeneración, lo que permite que ciertos pacientes tengan una sobrevida notoria si cambian sus hábitos y se someten a los procedimientos adecuados.
¿Para qué sirve el hígado?
Entender el funcionamiento del hígado nos permite comprender los síntomas que tendrá la cirrosis. Como bien dijimos, la alteración de la estructura del órgano se manifiesta son signos propios del metabolismo alterado.
Una de las características principales hepáticas es la producción de bilis. Esta sustancia es un emulsivo para las grasas y las vitaminas liposolubles. Al verterse en el intestino delgado ayuda en la digestión de los nutrientes, por lo que se asume que el hígado es una glándula digestiva.
Por otro lado, el órgano actúa como un depósito para sustancias que el cuerpo puede necesitar en un futuro. Sus propiedades de almacenaje se asocian a los hidratos de carbono, sobre todo. En épocas de alta ingesta son acumulables para administrar cuando los requerimientos energéticos se aceleran.
La función de desintoxicación es clave. El hígado recibe mucha cantidad de sangre y la libera de toxinas y de cuerpos extraños patológicos. Desde filtro para microorganismos hasta el procesado de fármacos, este tejido resulta indispensable para que la sangre no traslade tóxicos de un lado hacia el otro.
Causas de la cirrosis
La cirrosis es un trastorno con muchas causas. El alcoholismo es una de las adicciones más vinculadas a esta patología y su abordaje es complicado porque estamos ante personas que no tienden a reconocer el problema para suspender la ingesta del tóxico. Distinta es la situación con las causas infecciosas.
Entre los virus debemos mencionar a los virus de las hepatitis, sobre todo las de tipo B y C. Esta última tiene una alta prevalencia en ciertas poblaciones mundiales que están expuestas a una especie de endemia persistente, sin descenso del número de casos. La infección crónica por hepatitis C deriva en cáncer de hígado y cirrosis, por lo que su gravedad se hace evidente años después del contagio.
En el caso del alcoholismo, también debemos asumir que la exposición a la sustancia genera problemas por su persistencia a lo largo de los años. En general, más de una década de abuso se requiere para desorganizar a los hepatocitos por completo y generar las cicatrices fibrosas.
La hepatitis B es una causa, pero menos frecuente. Sí se han registrado, en proporción, mayores evoluciones a cirrosis cuando se agrega la infección por hepatitis D. Este es un virus delta que necesita de la forma B para alojarse en el cuerpo humano.
Causas menos frecuentes de cirrosis
Una serie de trastornos autoinmunes pueden causar cirrosis como síntoma o como una entidad propia. Son más raros y menos frecuentes, pero acarrean síntomas de gravedad. Tal es el caso de la hepatitis autoinmune de origen genético y la cirrosis biliar primaria, que consiste en un ataque desorganizado sobre los conductos biliares internos del hígado.
En cuanto a las sustancias tóxicas, más allá del alcohol, debemos mencionar a los fármacos. Hay medicamentos que tienen como efecto secundario a la cirrosis si se administran en dosis inadecuadas o por períodos prolongados. El paracetamol, tan difundido para la analgesia y el descenso de temperatura, requiere control en este sentido.
También son tóxicas las acumulaciones de sustancias naturales que, en exceso, se alojan en el hígado dañándolo. En la hemocromatosis, por ejemplo, el hierro no puede ser expulsado del organismo y reside en los hepatocitos.
Fisiopatología de la cirrosis
Hablamos de fisiopatología cuando queremos explicar cómo enferma una persona. En este caso, para la cirrosis, lo que nos interesa es el proceso por el que el hígado de desorganiza y acaba alterando sus funciones. No es algo que suceda de la noche a la mañana y lleva años de progresión.
Las causas de la cirrosis lastiman las células hepáticas y las obligan a morir, regenerarse de forma inadecuada o reorganizarse en sitios diferentes. Esto se acompaña de la formación de tejido fibroso distinto al normal que ocupa espacio y separa al hígado en nódulos, haciéndolo más duro.
En definitiva, la desorganización es una respuesta no adecuada a las injurias que se reciben. Siempre con el pretexto de sostener la funcionalidad, el órgano busca adaptarse. Y ya dijimos que los hepatocitos tienen alto poder de regeneración, aunque a veces eso sea insuficiente si se mantiene la causa a lo largo de los años.
Con el tejido desorganizado se altera la circulación sanguínea en el hígado. El sistema portal es el que recoge la sangre venosa de los miembros inferiores y del abdomen y la lleva al tejido hepático para su filtrado. Al no poder atravesarlo con fluidez, este sector incrementa su presión interna. Es lo que se conoce como hipertensión portal.
Si la obstrucción continúa, cada vez más atrás se manifiesta la presión aumentada. El sistema portal deriva su sangre estancada a las piernas, al esófago y al abdomen. Aparecen várices en los miembros inferiores, en el sistema digestivo y líquido acumulado en la cavidad abdominal (ascitis).
El tejido desordenado no cumple sus funciones metabólicas. No se acumulan reservas energéticas porque no hay lugar, no se vierte bilis al intestino ni se producen factores de coagulación.
Síntomas del trastorno
Los signos y síntomas de la cirrosis se explican por el cambio en la fisiología del órgano. Al no poder filtrar la sangre ni producir las sustancias metabólicas necesarias, ni tampoco verter bilis en el intestino, las alteraciones provendrán de esos defectos.
Entre los más relevantes mencionaremos los siguientes:
- Sangrados y hemorragias: la falta de plaquetas derivada de la cirrosis impedirá que pequeñas heridas sean selladas a tiempo, llevando a petequias y apariciones de hematomas debajo de la piel o dentro de los órganos.
- Ictericia: esto es la coloración amarillenta de piel y mucosas por la acumulación de bilirrubina. Al no poder ser metabolizado en los hepatocitos ni expulsada por la bilis como debería, la sustancia química se adhiere a otras células provocando el cambio de color que se hace notorio.
- Picazón: la bilirrubina en la piel también causa picazón extrema que no calma con ningún antihistamínico.
- Ascitis: es la acumulación de líquido dentro del abdomen, lo que se expresa con un aumento de la circunferencia corporal abdominal y presión sobre demás órganos de la zona.
- Edema: junto con la ascitis, el edema es la retención de líquido en los miembros inferiores, sobre todo. A causa de la hipertensión portal, la sangre venosa queda retenida en la mitad inferior del cuerpo sin poder avanzar ni llegar al corazón para hacer el recambio circulatorio normal.
- Várices esofágicas: la misma hipertensión portal aumenta el calibre de las venas del esófago, lo que trae aparejada una complicación grave como lo es la hemorragia digestiva alta. Las várices se rompen y provocan un sangrando intenso que sale en forma de vómitos, con riesgo vital.
Formas de diagnosticar la cirrosis
El diagnóstico de cirrosis se sospecha en personas que acumulan una serie de síntomas sugestivos y que, además, tienen algún factor de riesgo. Un paciente alcohólico con ictericia, por ejemplo, tiene altas posibilidades de padecer el trastorno.
Una vez establecida la posibilidad, además del examen físico se solicitan laboratorios generales que incluyen las enzimas hepáticas. Se puede rastrear la serología para hepatitis virósicas o medir la concentración de anticuerpos que sugieran enfermedades autoinmunes. Todo dependerá de la sospecha.
Algunos signos detectados en los laboratorios sanguíneos son indirectos. Es decir, un registro de anemia no es inherente a la cirrosis, pero acompaña el problema hepático. Del mismo modo, las bajas concentraciones de albúmina no son únicamente por fallas en el hígado, pero en un contexto como el que relatamos, contribuyen a caracterizar el cuadro.
La endoscopia es un método útil para rastrear várices esofágicas. También es terapéutica, ya que se puede proceder a un ligado elástico de las mismas con la misma aparatología.
Las imágenes hepáticas son imprescindibles para establecer el grado evolutivo de la cirrosis. Se emplean ecografías, resonancias magnéticas y tomografías computadas. La desorganización del tejido es visible por estos métodos y, en casos avanzados, no suelen quedar dudas de su presencia.
Finalmente, la opción de una biopsia de hígado queda supeditada al estado general del paciente. Ante peligros de sangrados excesivos se prefiere obviar, aunque con pacientes estabilizados es una forma de certificar el diagnóstico.
Tratamientos y opciones terapéuticas
El tratamiento de la cirrosis implica el uso de múltiples fármacos para corregir deficiencias y funcionamientos anómalos. No todos los pacientes deben recibir toda la farmacología disponible, sino que se adapta al cuadro clínico de cada uno.
Entre las opciones para la hipertensión portal, la misma se aborda con bloqueantes beta o vasodilatadores del tipo nitratos que favorezcan la disminución de la presión y la circulación adecuada de la sangre venosa. Si hay várices esofágicas se preferirá cerrarlas con unas bandas diseñadas para tal fin mediante endoscopia.
La hemodiálisis se hace necesaria en casos de síndromes hepato-renales. Esto sucede cuando el riñón deja de filtrar del mismo modo que lo hizo el hígado antes. En conjunción, la acumulación de toxinas es excesiva y se necesita un método artificial para suplantar esa falta de filtrado.
El trasplante de hígado es la última opción cuando fallan las medidas de soporte. Cada país tiene sus procedimientos de ingreso a las listas de espera para los órganos, lo que variará según la legislación local vigente.
Muchas cirrosis son prevenibles
La cirrosis en prevenible cuando su origen está en el alcohol, por ejemplo. Del mismo modo, la hepatitis B se puede evitar con la vacunación y con las prácticas seguras que eviten las infecciones de transmisión sexual. Por su parte, la hepatitis C también se controla con medidas preventivas de control de la sangre de transfusión y reducción de daños entre drogadictos intravenosos.
El trasplante de hígado ha significado un avance enorme en la sobrevida de estos pacientes. Su disponibilidad es cada vez mayor, pero se sigue reservando para los casos de baja respuesta al tratamiento convencional.
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